Algunas/muchas veces hemos sido “víctima” de algún curso al
estilo “clase magistral” de algún Don Fulanito de Tal y Tal, doctor en X y con una
altanería trajeada con corbata o de alguna Doña Menganita de Tal y Cual,
doctora en Y con el ego superlativo trajeado en vestido elegante; en el que don
Fulanito o doña Menganita “vomitaba” su sabiduría ante un grupo de inocentes
que acudían a una convocatoria bajo el denominador común de “curso.
Es fácil atribuir desde los diferentes estamentos formativos
la capacidad innata de “enseñar” sobre una materia a personas que no tienen esa
“competencia”, es decir, que no están formados para enseñar ni tienen adquirida
las competencias necesarias para ello.
¿Cuántas veces nos han acribillado con presentaciones en
power point llenas de texto? (manchas negras sobre fondo blanco, en el mejor de
los casos). Y, ¿cuántas veces la persona docente se limita a leer lo que está
proyectado?. ¡Si ya sabemos leer! (al menos traducir esas manchas a lenguaje
oral o mental, otra cosa es que nos enteremos del contenido del texto).
Otro caso peor es “soportar” una figura cabizbaja sentada en
una mesa leyendo sobre papel su “mensaje didáctico” y viendo cómo se pasea un
hilo de saliva entre sus labios, por no refrescar su boca.
Por todo esto, me inclino a pensar que prima más el “reconocido
prestigio” de la figura docente que la capacidad didáctica de cumplir el
objetivo para el que fue diseñado el curso en cuestión.
Si quieres ser docente tienes que tener claro que eres un
mero instrumento, un camino que el alumnado tiene que seguir, una guía, un
tutor (como el palito que se le pone a una planta para que no se tuerza), un
facilitador/a,… y para esto hay que currar mucho, el trabajo previo no se basa
solo en los contenidos (es el error más frecuente), hay que trabajar también los
objetivos, los aspectos metodológicos, las actividades a realizar, la
evaluación del curso (la mayoría de las veces tan solo se cuenta la presencia
al curso como elemento evaluador, y es mucho más, es necesario que tengamos la
garantía que lo que se expone seamos capaces de comprobar que se va asimilando,
no es necesario utilizar el examen como herramienta de evaluación, podría
bastar con la observación sistematizada, por ejemplo), y sobre todo, si
planteamos como metodología mayoritaria la lección magistral, el fedd back.
Realizar una programación del curso es un trabajo meticuloso
que nos va a brindar el camino al éxito.
Hay que tener claro, desde el diseño de la acción formativa,
cuáles son los objetivos de aprendizaje y qué se pretende con ellos, el perfil
inicial de los participantes y por qué se pretende realizar ese abordaje desde
la formación. Esta información nos pone en la línea de salida para afrontar el
resto de elementos de la formación. Una vez claro los objetivos es necesario
secuenciarlos y operativizarlos, es decir, convertirlos en elementos que sean
abordables de manera práctica.
“Me lo contaron y lo olvidé; lo vi y lo entendí; lo hice y
lo aprendí” Confucio.
Dedicar tiempo solo para decir es un error, tenemos que
programar la sesión para hacer. Por ello es bueno realizar cronogramaciones por
sesión del curso, qué pretendo hacer con el alumnado cada día. Es aconsejable
dedicar la mitad del tiempo de la sesión para realizar actividades, primero
grupales, luego individuales y posteriormente de reflexión en grupo sobre el
objeto de aprendizaje.
Cuando dejamos que sea el alumno el que hable, el resto
aprende más. Parece obvio que el docente tiene mayor conocimiento en la materia
que el alumnado, pero es interesante conocer el punto de partida, las posibles “soluciones”
, por eso en bueno preguntar en clase, aumenta la atención del alumnado y se
cambia el ritmo de la clase.
Realizar actividades lúdicas aumenta el aprendizaje. Dentro
de la planificación de un curso es importante contar con una batería de
actividades que incluya la asimilación de contenidos de cada sesión, dentro de
esa planificación tenemos que tener preparadas actividades de aprendizaje, de
refuerzo y de ampliación, todas ellas sobre una base atractiva que hagan que el
alumnado tenga que reflexionar, analizar y sintetizar en contenido expuesto.
Ejemplifica tus argumentos. Es importante que señales cuáles
son las ideas principales para que, de cada una de ellas, tengas preparado un
ejemplo que clarifique tu exposición; esta estrategia provoca un cambio de
ritmo y hace que las ideas principales sean mejor fijadas.
Por supuesto, si utiliza presentaciones trata de hacerlas
amenas: menos texto y más imagen, piensa que para ti, docente, es una guía para
llevar un hilo argumentativo, y para el alumno/a es un elemento que ayuda a
entenderte.
Finalmente, piensa que la adquisición de conocimiento entra
mejor si involucras en el alumnado más sentidos, no solo el oído, sino la vista
y el tacto (al realizar actividades escritas en papel o en pizarra). El
objetivo final es la transferencia del conocimiento del aula al puesto de
trabajo y la aplicabilidad de esos conocimientos como rutinas laborales.